sábado, 23 de septiembre de 2017

Untitled #001

No logro evitar que los ojos se me inunden en rabia y tristeza al pensar que a mis veintitantos ya tengo errores tan marcados en mi futuro, que el resto de mis días lo lamentarán en este melancólico y solitario presente. Ciertamente este camino no se asemeja en nada a lo que aquél pasado me tenía planeado, y por supuesto no se acerca ni un poco a lo que en mi niñez había soñado con ser y hacer algún día cuando fuera grande.
Es curioso, ver que de niños nuestra percepción de las cosas, sobre todo la de los tamaños y distancias, es completamente diferente a las que tenemos de adulto.
Cuándo niño, aquél juguete que mamá me escondió sobre el refrigerador cuando la hice enojar, me parecía inalcanzable, pero ser un astronauta, un músico, un pintor, ser presidente, piloto, un superhéroe o todos a la vez, sólo estaban al alcance de mis sueños. El límite era la imaginación.
Hoy alcanzo a ver sobre el refrigerador sin dificultad alguna, pero son mis sueños los que parecen distantes e inalcanzables.
Y me doy cuenta de lo cruel que es vivir sabiendo que no es tan fácil.

No es tan fácil.

No es tan fácil
pero aún sigo aquí…
conduciendo por un camino del cual no sé nada,
no sé cuándo empezó ni a dónde va;
no sé de dónde viene o hasta cuándo acabará
y me dejará
tirado
en la nada,
o en el todo.

Aprendí que no puedo evitar caer de vez en cuando, aunque lo intente.
Y que no puedo dejar de intentarlo, aunque me caiga de vez en cuando.
Aunque tropiece con la nada
o me caiga en el todo.

Por que es mejor caer habiéndolo dado todo,
que tropezar
y no hacer nada para levantar
la cabeza del lodo.






Maximiliano Vélez.

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