sábado, 13 de diciembre de 2014

Una Nota Escrita en el Transporte Público.


Hoy es un día más, y como siempre, estoy en el transporte público de esta ciudad. Parece como si todas las personas a mi alrededor quisieran llorar por algo: ira, tristeza, amargura o algo, pero no por felicidad.

Todos están muertos por dentro y por alguna razón, me siento como si yo fuera la única persona con luz, una luz cálida y radiante en medio de millones de focos fundidos. 
Necesito respirar.
Necesito...
Necesito irme de aquí.
No quiero iluminar a alguien que ya está muerto, ¡no más!,
¿por qué no estoy rodeado de personas vivas?
Es egoísta, pero ya no perderé mi tiempo intentando iluminarlas. 

Ellos dejaron de ser personas.
Ya no pueden ver, les han arrancado los globos oculares, en su lugar, solo les quedan esos dos grandes huecos en el rostro como recordatorio de que alguna vez hubo algo.
Prostituyeron su inteligencia a cambio de programas de televisión, deportes, revistas de moda y zapatos.
Se alimentan de ego.
No tienen corazón.
Tienen un gran vacío en el pecho que los atravieza por completo, y un aura de color negro emana de ellos.

Ojalá se acercase a mi algún desconocido, alguien nuevo y vivo.
No sé, tal vez solo sueño.
Siento que vuelo entre pájaros sin alas, sobre gatos gigantes y hienas miniatura.
No necesito esto.

Quiero regresar a mi mundo.
Allá dónde en silencio se comunican los sentidos, ahí en dónde la oscuridad no da miedo.
Un lugar con aroma a café tostado.
Allá en dónde pocos me acompañan, solo algunos.
Cada vez menos.
Ya llegué a mi destino, supongo que dejaré esta nota así como está
por que sólo es eso; una nota escrita en el transporte público.


Maximiliano Vélez.

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