Soy adicto al juego de seducción que hay entre dos ombligos que bailan por primera vez, me enloquecen las miradas furtivas y llenas de deseo, esa pasión que hay en los besos de unos nuevos labios siendo colonizados y aquel forcejeo salvaje de dos amantes desnudándose al unísono de los corazones enardecidos.
Quiero a alguien que me ate a la cama y me deje ir sin esperar un beso, que sepa domarme, doparme y dominarme con una mirada tan inocente como lasciva, quiero a alguien que aprecie su libertad tanto como yo atesoro la mía, y que sea tan libertina como sus ideas, por que no hay nada que me atraiga más que la autonomía de una mente progresiva. Si me quedo algún día será con otra persona que tampoco sepa quedarse, para huir un tiempo sin voltear atrás, para ser irreverentes ante la moral y distraernos juntos viendo estrellas en el mar, en la cama o en el bar, será con alguien tan cobarde como yo: con más miedo a la monotonía que a la muerte. Y quiero que sepa que no quiero que se quede, por que tampoco me quedaré.
Si, lo que atrae mi atención es lo inestable, lo impredecible, y si no me atrae, no me gusta; y si no me gusta, no lo hago; y si no lo hago es por que no quiero, por que lo que quiero es viajar ligero: de puerto en puerto, de puerta en puerta; de piel en piel, de boca en boca y de cama en cama, no tengo tiempo para necesitar de alguien y sentir que mi mundo gira en torno suyo, o peor aún, que sienta que su mundo gira alrededor del mío.
En el camino he lastimado a muchas personas, plantado a quien me estuvo esperando, y quizás he roto uno que otro corazón, lo admito, pero no me arrepiento.
Si quieren llámenme egoísta, yo prefiero llamarme hedonista: después de todo, ¿quién está del todo bien consigo mismo?.
Maximiliano Vélez.